BUSCANDO LA EVIDENCIA CIENTÍFICA DE LA "PALEODIETA"



En los medios de comunicación e información se vierte, en muchos casos, información fidedigna y rigurosa sobre aspectos que atañen a los ámbitos de la Nutrición, la Dietética y la alimentación; pero también es cierto que circula información carente de base científica que, muchas veces, de ella, la sociedad hace eco (y puede que aún distorsionándola más), generándose multitud de mitos alimentarios y hábitos nada saludables que, llevados a la práctica, pueden llegar a ocasionar daños significativos a nuestra salud. Por ello, agradecería a todos los medios (y, en este caso, al presente) que, antes de publicar cualquier entrevista y/o artículo, hicieran una revisión exhaustiva de la rigurosidad, seriedad y base científica de los argumentos expuestos en éstos. La información llega a una parte importante de la población, sea canalizada por las TIC sea impresa, y se trata de desarrollar la tarea de informar, no la de desinformar.
 

Un claro ejemplo es, bajo mi opinión, el artículo publicado en La Contra de La Vanguardia, el día 09/05/2012, con título “La dieta más saludable es la dieta paleolítica”,en el cual el Sr. Carlos Pérez, terapeuta y psiconeuroinmunólogo, es entrevistado por el presente periódico, con el fin de dar a conocer la que denomina como “paleodieta” (que, como asegura, junto con la paleogimnasia y otros hábitos que nos han esculpido durante milenios, es la clave para recuperar la salud y el bienestar). Mantengo muchas discrepancias con lo que se argumenta en este artículo. Por ello, a continuación, tratando punto por punto, expongo mis comentarios.

¿Somos carnívoros o vegetarianos?
El entrevistado indica que somos “¡Carnívoros!". No lo somos, ni lo hemos sido; siempre hemos sido “omnívoros”. Es decir, comíamos y comemos tanto alimentos de origen animal como de origen vegetal (comemos "de todo"). El hombre del Paleolítico comía carne, pero también consumía frutos, hojas, gramíneas (las especies de cereales que más se cultivan pertenecen a esta familia) y semillas que recolectaba, entre otros alimentos de origen vegetal. De hecho, el mismo Sr. Pérez, unas líneas más abajo, bien lo expone, con su respuesta a la pregunta “¿Qué comía el hombre paleolítico?”,literalmente, “Pescado y crustáceos. Verduras, bulbos, bayas y frutas. Y carne y tuétano”.
En este mismo punto también indica que las grasas de la carne nos dieron energía, cuando las grasas no son la fuente de energía predilecta de nuestro organismo. La principal fuente de energía, la que utilizamos de primera elección para poder cubrir el gasto energético que supone mantener nuestras constantes vitales, también, para el desarrollo la actividad diaria, física y mental, y de parte del ejercicio físico realizado (todo en función de la intensidad y duración de ambos), es los “glúcidos” (o también denominados "hidratos de carbono"); fragmentados y vehiculados en sangre, a disponibilidad de nuestras células, en forma de glucosa. Cuando la glucosa obtenida de los alimentos y la almacenada en forma de glucógeno, en nuestros músculos e hígado, se gasta, se utilizan las proteínas musculares (aunque éstas últimas tienen una función más estructural, algunos aminoácidos son metabólicamente convertibles en glucosa) y las grasas como fuentes de energía. Y añadir que nuestro cerebro, las células sanguíneas, la piel y la médula renal requieren de la glucosa, como fuente única de energía (son incapaces de utilizar las grasas como fuente de energía).

Además, destacar que, por adaptación biológica, hemos aprendido que los hidratos de carbono como componentes de los alimentos no se tratan de ninguna substancia tóxica/nociva, sino necesaria para la supervivencia. Y, tal adaptación, desde el punto de vista fisiológico, se extiende a la evidencia de que el consumo de alimentos ricos en azúcares (hidratos de carbono simples) estimulan la liberación de endorfinas; proporcionándonos bienestar y placer, ante el consumo de alimentos ricos en ellos. O bien que los recién nacidos prefieren el sabor dulce al salado, ácido o amargo (bien que la leche materna tiene un sabor dulce, siendo el alimento ideal para el crecimiento y desarrollo corporal durante nuestros primeros meses de vida).  
Obviamente necesitamos las grasas: pero dentro de unos límites. El inferior corresponde a un 15% (no menos) de la ingesta energética diaria, puesto que se consideran elementos indispensables de nuestras estructuras histológicas, son precursoras de muchas moléculas con función biológica y su presencia en los alimentos ayudan a la absorción de las vitaminas liposolubles. El límite superior se fija, según recomendaciones de la OMS, en un 30%, pudiéndose llegar a un 35% del aporte calórico diario cuando el aceite de oliva forme parte abundante del consumo de alimentos ricos en este nutriente; de otra forma, debería respetarse un porcentaje igual o por debajo del citado 30%. Y, dentro de estos límites porcentuales descritos, cabría llegar a especificar cuáles corresponden al de grasas saturadas y de las insaturadas (tanto mono como poliinsaturadas).
 
Pero las grasas nos engordan...
Es una incongruencia y absolutamente falso lo que comenta como "¡Falso! Las grasas de buena calidad... ¡nos adelgazan!". Cada gramo de grasa, indistintamente de si procede de alimentos de origen animal como vegetal, nos aportan 9 Kcal cuando son metabolizadas. Aquí no entra en juego su calidad (o mejor decir grado de in/saturación). Coloquialmente sí que las solemos clasificar como “grasas buenas" y "grasas malas", pero esta categorización es relativa a su efecto sobre los niveles de colesterol en sangre (la ingesta de grasas insaturadas contribuye a reducir los niveles del colesterol malo o LDL y a aumentar los niveles del colesterol bueno o HDL). Pero nada tiene que ver, desde la evidencia científica, con el "adelgazar" según tipo de grasa ingerida. 

¿Y la carne de animales estabulados?
El entrevistado afirma que si el animal corretea, su grasa se infiltra en la carne y ésta es grasa “saludable”. Estoy parcialmente en desacuerdo. El contenido en grasa de la carne depende tanto de la especie animal (presentando cada una unos perfiles de grasa determinados, de la saturada y la insaturada, catalogadas como “insana” y “sana”, respectivamente; siendo el tipo de grasa más predominante el saturado, en general, en los animales terrestres) como de la alimentación a la cual tiene acceso durante su cría: la carne de los animales no estabulados, que se alimentan total o parcialmente durante su crianza, de pastos y determinados frutos (a diferencia de los criados en granjas, con espacio reducido y alimentándose predominantemente de pienso) suele contener un mayor porcentaje de grasa insaturada, debida a la riqueza de este tipo de grasa existente en los vegetales que consumen (acorde con lo que expone el autor). Pero, además, el contenido en grasa también depende del corte de carne elegido del mismo animal (existen partes más magras y otras más grasas). Por ello, a mi entender, no se debería generalizar, ni clasificar tan a grosso modo, que un tipo de carne procedente de unos y no de otros animales es más “insano” que otro, sólo atendiendo a su perfil de grasa, sino que se debería considerar también el contenido total de este macronutriente por ración consumida (no olvidemos que, en muchos casos, aparte de ingerir la grasa invisible, también nos comemos la grasa visible, en función del corte).


¿Y dónde puedo encontrar esa carne?
En su respuesta indica que "¡Y evite esa carne que suelta agua al freírla... y queda en nada!". La carne que comemos está básicamente constituida por agua (aproximadamente en un 70% del peso). Para un peso determinado, cuanto más magro sea el trozo de carne (menos graso), su contenido de agua también será mayor (puesto que este componente se halla en el tejido muscular). En la cocción, la temperatura y el tiempo son parámetros determinantes para lograr la jugosidad deseada. Con la cocción de la carne, se logra, por un lado, la gelificación de parte del colágeno del tejido conectivo y, por otro, una desnaturalización/coagulación de parte de las proteínas miofibrilares (las del músculo). Considerar que una fracción del agua está químicamente ligada a las proteínas que constituyen el tejido muscular. Un incremento de la temperatura propio de las técnicas culinarias empleadas causa una pérdida de la configuración 3D de la proteína que regía su funcionalidad. Y el agua antes retenida por éstas, es desprendida de la pieza de carne durante su proceso de cocción. Por ello, es sumamente importante conocer cuál es el punto de cocción idóneo (en temperatura y tiempo) de cada tipo de carne, para obtener las características organolépticas óptimas (y, pues, si se desea minimizar tal pérdida de agua).   

Ah, sí, eso me da mucha rabia.
El entrevistado asegura que los animales de granja están cargados de “antidiuréticos” (tienen como acción la retención de líquidos), a diferencia de los animales que “corretean” (al hilo del punto tratado anteriormente, por ello su carne, al cocerla, suelta más agua). Indicar que, actualmente, según normativa, no se pueden administrar sustancias al ganado que tengan como acción acelerar el crecimiento y desarrollo corporal del animal, ni promover la retención de agua básicamente en el tejido muscular, como último fin del engorde. Pero, obviamente, puede haber quien aun ejerza tal fraude. Pues, atendiendo a la ilegalidad, señalar a las sustancias con acción “antidiurética” como motivo de la pérdida de agua durante la cocción es incorrecto.

Pan, pasta... ¡Es lo que como cada día!
Los alimentos ricos en hidratos de carbono complejos (los que subraya como cereales y sus derivados y legumbres), también los tubérculos, deberían formar parte de nuestra dieta en una proporción importante; debiendo estar presentes los primeros (cereales y sus derivados) en nuestras 3 comidas principales (desayuno, almuerzo y cena) y, según necesidades individuales, en las colaciones de media mañana, media tarde y recena (si cabe). Los alimentos ricos en este macronutriente nos permiten mantener los niveles constantes de glucosa en sangre durante alguna hora después de su consumo (combustible esencial para algunas estructuras de nuestro cuerpo y, en general, para todas las células). Para nada se debería dejar de tomar cereales y legumbres o cualquier otro alimento rico en hidratos de carbono complejos con el fin de prevenir enfermedades como la intolerancia al gluten, la diabetes mellitus o la obesidad (mejor dicho “exceso de peso”). Bien que desde la propia Organización Mundial de la Salud se nos sugiere que los hidratos de carbono deben satisfacer entre el 55 y el 75% de nuestra ingesta diaria. En todo caso, se debería moderar el consumo de hidratos de carbono simples (los también llamados “azúcares”) para que su aporte calórico no sea superior al 10% del total diario.
 
¿Y la paleodieta evita esas dolencias?
Con la afirmación “¡Sí! Yo como y bebo según la paleodieta... y me siento rebosante de energía y vitalidad.”, ¿qué pretende el entrevistado?, ¿pretende generalizar su “buen” estado de salud individual al que podría poseer toda la población, indistintamente de su fisiopatología, genética y metabolismo, si siguiera su “paleodieta”? El buen estado de salud es fruto de muchos factores, y no sólo de seguir una pauta de alimentación adecuada (eso, sí, es un punto a favor muy importante). Y, además, destacar que la respuesta del organismo no será la misma si sometemos a varias personas a una misma pauta de alimentación. Por ello, la pauta de alimentación debe ser sumamente individualizada y atender a muchos factores (no hace falta extenderse en ello, creo que es lógico). Con esto, creo que queda todo dicho.

¿Cómo se bebe según la paleodieta?
Referente a este punto, comentar que la sensación de sed aparece cuando ya existe una deficiencia de líquido en nuestro cuerpo. Para nada debemos esperar a que aparezca esta sensación de sed. Se recomienda que, además de ingerir líquido con los alimentos, se beba cerca de 2 litros de líquido al día. Preferentemente agua. Se puede combinar con infusiones, caldos, zumos... y, con menos frecuencia y cantidad, con otros líquidos no tan recomendables por su aporte en azúcares, edulcorantes, alcohol, sustancias estimulantes, etc. Nada más que intentar cumplir lo recomendado en la Pirámide de la Hidratación. La opción de beber líquido distinto de agua, como los que lista –“un café con leche, un refresco, una copa de vino, otro café, una caña...”- es a elección individual; pero, desde el consejo dietético-nutricional, su consumo debe ser ocasional a moderado a lo largo del mismo día a semana, siguiendo la guía de recomendaciones para la hidratación anteriormente citada.

¿Qué me aconseja?
El Sr. Pérez aconseja a su entrevistador que para recuperar la sed “No ingieras líquido alguno (ni fruta jugosa) durante un día: recuperarás la sed. Y entonces..., ¡ah, bebe agua! Sentirás tanto placer... que no querrás ya beber otra cosa, seguro.” Me pregunto: ¿tiene pies y cabeza, desde el punto de vista científico, tal consejo? A lo mejor, si lo sigue, hasta le conlleva un riesgo de deshidratación significativo, más si se tiene en cuenta en época de calor, o bien si se destina algunas horas del día a practicar un ejercicio físico moderado a intenso. Indicar que una pérdida del agua corporal del 10 al 15% puede causar la muerte.

¿Ah, no? ¿No dicen que es saludable?
Numerosos estudios han evidenciado lo recomendable que es hacer muchas ingestas de pequeñas cantidades de alimentos a lo largo del día, en vez de hacer grandes comilonas 1 ó 2 veces al día, como él indica como más saludable (esto sí que es perjudicial). Con ingestas de alimentos separadas de 3-4 horas máximo nos aseguramos niveles constantes de glucosa en sangre, no comer grandes cantidades de alimentos de una vez (como indica que él hace aplicando su "paleodieta"), no pasar hambre entre comidas y con bienestar (ligeros, y no más pesados por haber comido grandes cantidades), pudiendo comer de todo (es decir, incluyendo todos los grupos de alimentos, bien distribuidos dentro de las distintas ingestas diarias), pero con las raciones recomendadas (moderación en cantidad). Además, llevar a cabo unas 5-6 ingestas de alimentos a diario nos ayuda a mantener el peso, puesto que parte de la energía ingerida de los alimentos es utilizada para la digestión, absorción/asimilación de sus nutrientes. Por ello, cuantas más veces al día comamos (en su conjunto lo requerido para cubrir nuestras necesidades energético-nutricionales diarias), más cantidad de energía será invertida y gastada en el desarrollo de tal proceso fisiológico; y menos energía se destinará a generar reservas de grasa si, por otro lado, esta energía no es utilizada.
 
¿Qué dice? ¡Siempre me habían dicho que lo más saludable es desayunar fuerte!
El desayuno es una de las comidas principales del día (junto con la del mediodía y la cena). El desayuno nos provee de energía después del ayuno nocturno. Nos ayuda a rendir física y psicológicamente a lo largo de la mañana. Es importante desayunar adecuadamente (más que “fuerte”). Y es adecuado si integra los 3 grupos de alimentos considerados principales, como mínimo: cereales y derivados, lácteos y fruta (pudiéndose incorporar, a elección, otros grupos de alimentos, potenciándose la variedad de éstos), aportando entre el 20 y el 25% de la ingesta calórica diaria.

¿Y luego?
Su comida del mediodía es casi su única comida diaria (puesto que afirma que toma fruta para el desayuno, o nada; y una cena ligerita). Es recomendable que la comida el mediodía nos aporte calóricamente entre un 30 y un 35%, pero no cerca del 80%, como indica indirectamente que le aporta a él. Luego sí, una siesta, ¡claro!, con tal comilona.
 
Póngame un ejemplo de ingesta paleolítica, algo concreto que usted coma.
El Sr. Pérez expone que come ¿cuatro hamburguesas (o lo que sería equivalente a unos 300-400 gramos de carne o pescado)? Y me pregunto ¿con qué frecuencia carne y con cuál pescado, blanco o azul? Según el patrón dictado por la Dieta Mediterránea, el consumo de carne debe restringirse a menos de 2 raciones semanales para las carnes rojas y a un máximo 2 para las blancas/magras. La ración recomendada de carne corresponde a 100-150 gramos (no a 300 ó 400 gramos). Y me pregunto: ¿qué consumo de carne realiza en la cena?
 
¿Qué hago para seguir la paleodieta?
En la entrevista, el Sr. Pérez promociona que se eliminen lácteos, pan y pasta y legumbres entre otros alimentos, de la pauta de alimentación... Todos los citados: lácteos (2 R diarias) y cereales y sus derivados (3-4 R diarias) deben estar presentes en las distintas ingestas. Es esencial su ingesta diaria, junto con la de verduras/hortalizas, de frutas y de aceite de oliva (como mínimo deben estar presentes en las comidas principales) y de frutos secos/semillas/aceitunas. Con una frecuencia de consumo semanal las legumbres (2 ó más raciones), junto con los cereales, nos aportarán proteínas de origen vegetal. Estoy muy de acuerdo que el consumo de  alimentos ricos en azúcares debe ser ocasional. Lo que no entiendo es en qué se basa para afirmar que estos alimentos (los anteriormente listados –incluye lácteos, cereales y derivados, legumbres-) que se eliminan de la paleodieta causan "inflamaciones subclínicas", "agotan al organismo" y lo tiene en "estado de alerta", causan "patologías autoinmunes", "diabetes", etc. Lo que sí sé, y numerosos estudios científicos lo han demostrado, es que no hay "alimentos buenos" ni "alimentos malos", que todos deben ser consumidos en su justa medida y frecuencia, para poder cubrir nuestros requerimientos energético-nutricionales.

La mejor verdad: seguir las recomendaciones intrínsecas a la Dieta Mediterránea y las frecuencias de consumo que se indican en su pirámide: ¡cuántos estudios científicos serios y hechos rigurosamente han demostrado sus beneficios para la salud!

 
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